Nos protegíamos de la lluvia en un chiringuito comercial de la plaza de Filandia, un pueblecito precioso del Quindío, en Colombia. Aquello parecía el diluvio, en cualquier momento me veía entrar por esa puerta de madera dos de cada especie, pero en su lugar fuimos testigos de un pequeñín que no paraba de llorar muy cerquita de nosotros. El llanto y el ruido de la tormenta hacían el lugar más pequeño aún, el espacio parecía reducirse y el malestar aumentar. La angustia se iba apoderando de mi querida compañía, que de niños gusta poco.
El cuadro donde aquel niño era el protagonista, es el siguiente: una mesa pequeña, dos mujeres charrando y el niño en medio. Movilidad restringida, estimulación cero, mismo panorama por largo rato, llanto asegurado. Para semejante pintura no había tapones efectivos ni manera de huir, el cielo parecía empeñado en desintegrarse. Lo que quise explicar a quien padecía a mi lado mientras cesaban la tormenta y el llanto, es que un niño pequeño no comprende lo que significa ‘esperar’. Llorar no es opcional si cuando tienes 3 años el aburrimiento y las ganas de explorar apremian.
Creo ciegamente que la manera de facilitarnos las relaciones interpersonales es ponernos las gafas del otro, entonces comprenderle (y tratarle) será una tarea más sencilla. Por eso ya hemos hablado de lo que es ser una pequeña persona, individuos con sus peculiaridades que acaban de pisar este mundo. Veamos, todo es nuevo para ellos, por ende todo es susceptible de ser tocado, chupado, mordido, manipulado y un largo etc. Descubrir toda esa novedad requiere tiempo y paciencia, ambas escasas por estos días en nuestra sociedad. Entre nuestras prisas y nuestras ganas de tener impoluto a nuestr@ peque, limitamos su necesidad de exploración. Si a esto sumamos que cuando rondan los 2 años empiezan a descubrirse como entes independientes e intentan reafirmar su YO con el NO y a tomar sus propias decisiones, el caos está asegurado. Nuestra ‘lucha’ no debería ir encaminada por el lado de la desesperación y de hacerle desistir de su postura o ignorar su malestar pidiendo que no exagere, resulta ser más eficaz reconocer su enfado y ayudarle a gestionarlo.
¿Cómo?
– Reconociendo que sus emociones son para ellos tan intensas como desconocidas. Si en ocasiones a los adulos se nos dificulta identificar el origen de cierto malestar, reconocerlo y gestionarlo, imagina lo que puede ser para ell@s enfrentarse a su frustración sin siquiera saber ponerle nombre.
– Siendo conscientes de que solamente podemos dar aquello que tenemos. Es absurdo pedir calma y cordura si nosotros somos los primeros en perder los nervios. Para crear un clima (exterior) distendido y armonioso durante la interacción con nuestr@ peque, primero hay que llenarnos (interior) de paciencia, es imprescindible para guardar la calma.
– Reconociendo las rabietas como una etapa que en mayor o menor medida hemos de pasar, y es mejor hacerlo juntos, siendo conscientes de sus posibles raíces para menguarlas. Largas jornadas de actividades, descanso insuficiente, órdenes continuas, poco tiempo libre, nada de actividad al aire libre, las prisas, el mal humor del adulto que acompaña, poco contacto afectivo; son situaciones que pueden fomentarlas. A veces esa irritabilidad tiene un origen distinto al que parece, y debemos preguntarnos si están siendo cubiertas sus necesidades de manera integral.
– Identificando el origen de la rabieta se pueden gestionar más fácil esas emociones tan desagradables, pero inevitables en la vida de todo individuo. Todos a veces nos enfadamos, conviene reconocer su raíz, ponerle nombre y encontrar alternativa. Durante el proceso, te invito a respetarle, es una persona como tú y como yo, no hay que tocarle o cogerle si no quiere.
– Es imprescindible presentarle alternativas de resolución, si las hay. A veces simplemente se trata de acompañarle en el camino de aprender a tolerar la frustración pero, si es posible, facilitarle con un: “ahora mismo tal cosa no, esta otra sí…” o “si quieres agua debes pedirla, sin llorar” y por supuesto, ser consecuente con nuestras palabras. “Cuando pares de llorar vienes, podré entender lo que quieres” o “¿te ayudo?” – “puedes pedir ayuda”, son frases simples que poco a poco van facilitando la comunicación a la vez que se trabaja su autonomía, doy fe, palabrita de tía.
De eso se trata la gestión de las emociones, de identificarlas, de nombrarlas, de explicarlas. Alguna imagen y/o ejemplo pueden sernos muy útiles con niños tan pequeños. Frases como “entiendo que estés enfadado”, “sé que tal cosa te ha molestado”, no solo puede ayudarles a comprender lo que están sintiendo, sino que les hará sentirse comprendidos, abrigados, seguros, empezarán a vivir aquello de la empatía.
Y sobre aquella historia de Filandia, vino a cuento porque no se puede pretender tener a un niño de 2/3 años sentado en una mesa, esperando, sin más a la mano que dos mujeres hablando de sus cosas, y encima enfadarse porque llora. Si quedas con alguien y tu peque te acompaña, puedes llevarle una revista con pegatinas, rotuladores, algún cuento con imágenes y texturas, etc., seguramente así será más fácil combatir el aburrimiento mientras la lluvia cesa.
Podemos prevenir las rabietas en la medida de lo posible, mientras pasan, que lo harán. Y en cualquier caso evitar que la situación nos desborde, recordando siempre que lo indeseable es su conducta puntual, no ella o él como persona, el afecto no debe ser condicional bajo ningún motivo.
«El aprendizaje sólo puede acontecer si se realiza cuando en cada etapa de desarrollo hay relaciones de amor y respeto, en un contexto relajado, sin peligros, sin exigencias ajenas»
Rebeca wild
Excelente. Meditación
Gracias Jacky, por pasarte por aquí, leer y crecer conmigo 🙂