Comíamos un plato típico valenciano preparado por ella, un delicioso arroz al horno de esos que no defraudan, que ponen a desvestir hasta el último diente de ajo. Mientras su marido buscaba los tomates cherry en la cocina, la que sería mamá por primera vez después de mucho tiempo en la labor, soltó el notición a su querida amiga, que entre risas nerviosas y lágrimas esperaba retomar el aliento para ponerse de pie y darle el abrazo apretado que por años esperaban. ¿Hay algo más emocionante que una vida que se abre paso? Creo que pocas cosas. Una vida que empieza a gestarse es motivo de celebración, es motivo de pieles erizadas, de latidos acelerados y ojos encharcados, de emociones desbordadas y muchas preguntas; el subidón grupal es un hecho cuando esa vida es anhelada, buscada, soñada, cuando es fruto de la pasión, de noches y días siendo uno sólo con quien se ama.

No se pone en duda, aquellas que con dos ovarios deciden parir, aquellas que tiran pa’lante incluso cuando la corresponsabilidad de género parece utopía, aquellas que son madre y padre a la vez, las que renuncian a sí mismas continuamente, las que trasnochan cosiendo un disfraz o haciendo el pequeño ninot en fallas para el cole, a todas ellas, que son la mayoría, tendríamos que ponerles una estrella en el paseo de la fama, pero no habría hollywood boulevard’s para tantos nombres. En fechas como esta, resaltamos su papel de superwomen, de amantes incansables que se levantan y luchan por encima de cualquier pronóstico con el fin de que a sus cachorros no les falte de nada. Pero, ¿piensan ellas en ellas mismas? ¿Piensa la sociedad en sus necesidades? ¿Qué pasa con su satisfacción? ¿Qué pasa con sus proyectos personales? ¿Qué ocurre con su identidad como mujer? ¿Y su sexualidad y su vida de pareja, existe? ¿Dónde se guardan los sentimientos de vacío y la carga mental que tanta presión produce? ¿Y qué pasa con la presión social?

Lo sé, quien no experimenta la maternidad desconoce los alcances de ese amor desbordado que no conoce límites, quien no es madre desconoce miradas cómplices tan estrechamente ligadas, desconoce correr esa carrera para conseguir el título de sufridora profesional. Quien no es madre no sabe lo que es el miedo a perder, no conoce la aventura de tener continuamente el corazón en un puño. Parece que es cuando se es madre que se descubre aquel sentimiento que transvasa, parece que hasta entonces amar se queda pequeño, hasta entonces el amor cabe en un tazón. Eso dicen, y sinceramente eso creo, porque como canta Alejandro Sanz a su retoño: “te cortas y yo soy quien sangra”. Si siendo tía podría rasgarme las vestiduras y ma-tar como Belén Esteban, no me quiero imaginar mis niveles de “princesa del pueblo” si los hubiese parido yo. Todo precioso y muy sabido desde siempre, por activa y por pasiva se sabe que la maternidad viene en el mismo paquete de la abnegación, las madrazas Teresa de Calcuta son la mayoría porque ¡ay de las que osan reconocerse hasta el moño de limpiar cacas! Mejor decirlo por lo bajini, no vaya a ser que alguna cofradía andaluza desenvaine los látigos y las castiguen por malasmadres.

Soy la primera en defender la crianza consciente y responsable, aquella maternidad que no se conforma con las tradiciones de las abuelas, no porque persiga una modernidad escueta y sobrevalorada, sino más bien porque reconozco la efectividad de distintos modelos de enseñanza que abrazan el apego seguro, los límites y la autonomía, he sido testigo de cuán buenos resultan en la cotidianidad. Aplaudo aquella crianza que avanza, que no se conforma, abogo y trabajo por visibilizar la importancia de una crianza que lee, que aprende; intento resaltar el valor de crecer y desarrollarse a la par de los hij@s, porque es precisamente en ese camino cuando se descubre que reconocerse imperfecta hace parte continuamente del proceso de ser mujer, pareja, madre, persona, familia. Decidir reconocer la imperfección propia es lo que nos sube al bus del avance, del crecimiento, es lo que nos enruta haciendo las paradas que hagan falta para recalcular el camino. Defiendo lo que defiendo reconociendo que solo podemos dar aquello que tenemos, y una crianza consciente está estrechamente ligada con una maternidad consciente.

Querida madre, no sé si ya le tienes en tus brazos, si está empezando a llamarte mamá o ya sabe patinar, no sé si aún le esperas en medio de vomitonas o estás a punto de conocerle, tal vez ya te convirtió en abuela y todo empieza de nuevo. Sea como sea, nada en la maternidad es perfecto, y no pasa nada si lo decimos. Las malasmadres son un grupo de personas que levantan su voz para reivindicar su identidad como mujeres, que reconocen sus necesidades individuales sin culpas, que no quieren renunciar a su vida y luchan por la conciliación laboral; las malasmadres son mujeres conscientes de sí mismas, que reconocen amar tanto a sus hijos como disfrutar de mear sin compañía, son mujeres que reconocen y aceptan sus días buenos como los grises, reconocen su paciencia infinita y sus imperfecciones, las malasmadres a veces prefieren que sus retoños duerman para poder tumbarse en el sofá tan agustito, y no pasa nada por ello. Querida madre, bienvenida al malamadrismo, no tienes que seguir vendiendo la moto de la perfección a la sociedad, que se enteren de una vez que la maternidad es una réplica del Dragon Khan, que se vayan desprendiendo de esa figura materna imposible, que reconozcan un modelo social de madre más realista, madres que expresan su necesidad de descanso y que descansan. Es hora de desmitificar la maternidad, es hora de romper el mito de la madre perfecta, porque precisamente ser madre revela unos altos porcentajes de imperfección, no permitas que nadie te imponga lo contrario.

Malamadre, bienvenida al mundo de la maternidad consciente, bienvenida al mundo de reconocerte persona, persona con necesidades, con sueño, mucho sueño, persona que ama a sus hijos tanto como se equivoca, y no se culpabiliza continuamente por ello, bienvenida al mundo de reconocerte persona con poco tiempo libre, persona que a veces compra los bizcochos en lugar de hacerlos, bienvenida al mundo, malamadre, de mayor quiero ser como tú.