Mírala, tan emblemática, virtuosa, íntima y expuesta; con sus muchos detalles, sus grandes rosetones y sus gárgolas vigilantes. Imposible ignorarla con su aguja afilada queriendo por fin romper el cielo parisino, ese que rara vez se tiñe de azul despojado de sus nubes. Mírala callada, tranquila, serena y madura, como quien guarda historias y aguarda su turno para contarlas, mientras observa espectadores que la encandilan con sus flashes. Mírala vestida de clara piedra, luego observa su oscuro interior que lucha con los rayos de luz que sin preguntar, buscan infiltrarse atravesando sus coloridos vitrales, tan perfectamente diseñados, tan rotundamente románticos. Ella ha sido testigo de grandes momentos, reales y animados, heroicos y malvados, literarios, artísticos. Ella ha soportado una revolución, las pisadas de un sinfín de chanclas con calcetines y la determinación de las llamas. Tan icónica por fuera como mágica por dentro. Hoy taciturna, se queda desprovista de su cobertura, desnuda, a la vista de todos espera ser recubierta de nuevo. Y se lo merece, cómo no, se le ha provisto de un valor que trasciende la esfera religiosa; es patrimonio del arte gótico, defendido con tinta y brillantez por Víctor Hugo, con quien coincido en que es digna de ser detalladamente recorrida, contemplada, coincido en que merece la pena detenerse para deleitarse con cada parte de su estructura.

Sí, Quasimodo estaría de acuerdo conmigo en que su casa es preciosa, pero me daría la razón en que su hogar son la gitana con todo y cabra, el rubito con quien rivaliza y esa niña que se libera de prejuicios y acaricia su deforme cara; esas personas que brindan agua cuando las llamas parecen asfixiarle, aquellos que le protegen de Frollos de nariz puntiaguda que sacan las garras en favor de su beneficio individual. Tan sólo dos días después del infierno en su techumbre de madera, las donaciones para reconstruir Notre Dame ya superaban la estimación inicial de daños, la movilización para restaurarla y preservar su estructura es abrumadora. Líderes políticos, multinacionales, magnates, multimillonarios y marcas de lujo se ponen la capa de héroes para salvar al símbolo de Francia, su patrimonio y su unidad. ¿Importa a alguien esos muchos niños que diariamente siguen muriendo de hambre? ¿Alguien trabaja en pro de las víctimas de violencia de género? ¿Se lucha para derrocar el matrimonio infantil? ¿Acaso alguna persona entiende que nos estamos cargando el planeta y se va a la playa con su mochila en hombros a recoger las colillas de tu piti? ¿Puede haber alguien que reconozca que los desastres naturales no son el olvido de Dios sino nuestra responsabilidad, y actúe? ¿Alguna persona se detiene ante la necesidad de quien no conoce? ¿Alguien en este mundo nos previene de los ultraprocesados y nos enseña sobre alimentación real? ¿Acaso alguien, una persona, se solidariza con los que viajan en pateras? ¿Puede haber alguien que se involucre en la lucha para combatir la esclavitud sexual? Me da un subidón al pensar en aquellos que lo hacen, porque los he visto. Aquellos cuya estructura es de piedra, y aunque el techo de madera se derrumbe, porque la fragilidad hace parte de ellos, permanecen en pie.

“Reconstruiremos todos juntos la catedral” dice Macron, y en sólo cinco años… La reconstrucción de una sola vida puede tardar mucho más, pero no tengo la menor duda de que merece muchísimo más la pena, el tiempo y el esfuerzo, una sola vida. No voy a pedir un crowdfunding internacional, generalmente quien más da es quien menos tiene; porque es fácil dar lo que te sobra y, a los salvadores de Nuestra Señora de París les sobra la pasta, pero ofrecer con denuedo, tiempo, recursos y afecto al vulnerable, eso es de gente realmente rica, que admiro y me siento afortunada de poder observales de cerca. Vimos cómo esa aguja se perdía entre llamas, gran pérdida para el patrimonio europeo, vimos caer un pedazo fundamental de la historia, pero es que cada persona es una historia, parece que lo ignoramos. Ole tú que miras más allá de ti mismo, bravo porque actúas, porque te involucras con el vulnerable, porque crees en las causas justas y sabes que uno, uno solo, vale todo ese esfuerzo. Tú que sabes lo que es hogar, porque eres hogar para alguien, ¡qué grande eres!

(Gracias mamá, por ser hogar para mí tantas veces. Eres mi Notre Dame, con tus claros y oscuros)

«Los años tienen algo que es muy grato, y es que cuando uno es joven, uno se cree fuerte e indestructible. Y hay una vulnerabilidad, una fragilidad que te emparenta con el dolor de los otros. Entonces uno se vuelve más humano en la medida en que uno es más frágil, uno va conectando con el dolor de los otros, y eso te vuelve más amoroso de alguna manera.
Cuanto más débil, mejor”

Mario Mendoza