“Hay que hacer la opresión real todavía más opresiva, añadiendo a aquella la conciencia de la opresión, haciendo la infamia todavía más infamante, al pregonarla”
paulo freire
Estas personas han nacido en India, con la etiqueta de intocables anclada en su piel. Les ha tocado pisar el planeta dentro de una cultura conformada por un sistema de castas y peor aún, les tocará conformarse y caminar toda su vida fuera de los cuatro niveles rígidos e inmóviles con que el hinduismo estratifica a los grupos sociales, porque no pertenecen a ninguno, lo que les hace automáticamente ser Dalits o lo que es lo mismo, recorrer su tierra como intocables.
Quien nace intocable no tiene alternativa, no hay formación, adopción o ritual que libere de esta creencia que les define como creación impura. Sus compatriotas (sociedad mayoritariamente hinduista) les consideran personas inadecuadas, tanta ha sido la discriminación que las clases superiores evitaban el contacto de sus sombras, son aislados, su acceso a la educación y al sistema sanitario es restringido y sólo se les permite realizar trabajos marginales, son víctimas de abuso verbal y físico, violaciones, linchamientos y asesinatos hacen parte de su dieta; son víctimas de unas creencias que definen toda su vida. Me sigo preguntando en qué medida estas personas creen de sí mismas todo aquello. La diferencia de idiomas me impedía responderme tantas preguntas; sólo miradas, sonrisas, juegos y abrazos podían ser intercambiados, en esos momentos tampoco hacía falta mucho más. Me pregunto qué será hoy de los que yo pude tocar, no sólo qué será de sus vidas sino qué será de sus sueños, ¿fantasearán con soñar?
Las sociedades occidentales cuentan de alguna manera con una forma de estratificación establecida, pero en alguna medida tenemos la posibilidad de saltar muros, derribar monstruos, callar mentiras y comernos el mundo; ell@s no, ell@s siguen allí como aquellas viudas de Vrindavan que pasan cada uno de sus días (lo que les queda de vida) recluidas tras los muros de templos oscuros, sucios y húmedos, porque por ser viudas también son rechazadas, incluso por sus hij@s.
Paulo Freire con su pedagogía del oprimido nos invita a percibir las injusticias sociales en forma crítica; y yo después de conocerles, en la tentativa de escoger un momento y de ordenar las palabras, sólo pude ampliar perspectivas y prometerme no olvidarles. Me gustaría hacer más, hacer algo más allá de elaborar una percepción crítica de su realidad, pero la mente de estas personas es un lugar con esa idea de la realidad predeterminada e inamovible, una creencia tradicionalmente sagrada que ningun@ se plantea transformar, creencia propia de un estado gobernado por Brahmá, por lo que aspirar a alguna cosa en el transcurso de su vida es inviable.
Mientras tanto, millones de personas por allí han de vivir con el estigma social a cuestas, esperando una sucesión de reencarnaciones que les libere de su estatus; y mientras siguen creyendo que han nacido para recoger el excremento humano o el de sus vacas sagradas que se adueñan de sus calles, tú y yo seguimos resolviendo nuestros dramas del primer mundo, no vaya a ser que nos cierren el Mercadona y nos quedemos sin la baguette para acompañar la paella del domingo. En India sobra basura y faltan semáforos, aquí sobran semáforos y falta tiempo para amar.
«Sentirte pequeña delante del enorme desafío de ordenar tu vida después de vivir algo que parece que la ha cambiado por entera. Hay cosas que no hay ni cómo contarlas. Y otras muchas, no hay ni cómo olvidarlas, están grabadas. Van pasando los días, insisten en ser recordadas, se escapan entre sonrisas y lágrimas. Sí, tengo que ordenar mi vida, mis sentimientos, mis recuerdos, mi yo…”
Isabela, compañera de viaje en 2015
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